«Hazme caso, sé listo y hazte el torpe.»

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CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN

Nunca olvidaré que mi abuelo materno tenía como máxima para “triunfar en la vida” una frase como la que encabeza este texto, y calificaba a quienes no la seguían al pie de la letra como gente que “no sabe vivir”.

También recuerdo (aunque no sé con certeza si fue porque me lo contó mi abuelo, o porque lo he oído enésimas veces en la familia, a lo largo de mi vida) que contaba que “así” logró sobrevivir al caos de la Segunda República, a la guerra y a la posguerra. Mi abuelo materno vivía cuando la República en un pueblecito de Badajoz (Arroyo de San Serván) en el que hubo sus más y sus menos cuando las revueltas campesinas y tomas de tierra promovidas por la UGT, y según contaba supo camuflarse convenientemente, aplicando su frase favorita: “sé listo y hazte el torpe”. También contaba que la llevó a la práctica en múltiples momentos de su vida, al tener que enfrentarse a situaciones de mayor o menor arbitrariedad, autoritarismo, prepotencia de caciques diversos. Su intención era no hacerse notar, pasar desapercibido a toda costa, no fuera a ser víctima de alguien que pudiera causarle daño.

Estamos hablando de una “moral de obligación y sanción”, basada entre muchas cosas en el miedo, la desconfianza del prójimo (“personas próximas” en sentido etimológico) la falsedad, la simulación… Y fundamentalmente en una actitud casi permanente de servidumbre, más o menos voluntaria, sacrificando la libertad con el objetivo de conseguir una cierta “seguridad”, sea material, sea psíquica, o ambas.

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La máxima de mi abuelo materno es un perfecto resumen de la situación de “meritocracia por lo bajo” que padece nuestro país (ese país que siempre llevó por nombre España, y del que casi nadie desea acordarse, y menos nombrar, no sea que se le ponga el sambenito de “facha”, retrógrado, etc.)

Una nación, la española, gobernada por gente mediocre, saqueadores que no paran de aprobar leyes y más leyes, dicen que por nuestro bien, para hacer más felices a los ciudadanos,… pero ¿quienes nos gobiernan en verdad desean que las leyes sean obedecidas por quienes ellos denominan la “ciudadanía”?

Pues no, lo que realmente desean es que las leyes no sean acatadas, quienes nos mal-gobiernan, pese a que proclaman que persiguen el interés de la colectividad, solo buscan el provecho personal, conseguir el poder y perpetuarse en él a toda costa. Pero poseer el “poder” no consiste en gobernar a gente “inocente”, ¡No! Consiste en dirigir a “criminales”, y cuando no existen, pues, hay que inventárselos… El Gobierno acaba declarando delictivas tantísimas actuaciones que es casi imposible no acabar delinquiendo por parte de la gente de buena voluntad y cumplidora. El actual gobierno aprueba una ley tras otra, todas casi imposibles de cumplir (por supuesto, ni ellos mismos las cumplen) y una de las claves es que casi ninguna puede ser interpretada de forma suficientemente “objetiva”, de manera que están creando una “nación de transgresores”, de insumisos… Así, acabarán teniendo “culpables” contra los que actuar y a los que perseguir y sancionar; y por tanto motivos suficientes para seguir saqueándonos, expropiándonos,…. Y, por supuesto, enriqueciéndose ellos.

Quienes nos mal-gobiernan saben sobradamente de las consecuencias de las sucesivas acciones que emprenden, no improvisan, tal como cabría suponer; ¡No! Su actuación forma parte de un plan minuciosamente planificado. Saben que con sus leyes conducen a los españoles a una situación de golfería, de profundo cinismo, de conseguir que cada vez sea mayor el número de personas que crea que las normas se hacen para no cumplirse.

Y mientras tanto nos dicen que legislan, que gobiernan para los más humildes, para los más desfavorecidos, los mansos, los enfermos, “los discapacitados”, que son los que más merecen atenciones y cuidados… Crean más y más normas que les aseguren poder seguir recaudando, para así poder seguir –dicen- atendiendo al bienestar público, para preservar lo que denominan “el estado del bienestar”. Evidentemente, la creación de más normas supone la creación, también, de más y más burocracia, más y más funcionarios, más y más “clientes” con los que asegurarse el voto en futuras elecciones,… una perversa, mafiosa red de favores y servidumbres.

Las diversas leyes “igualitaristas”, de “discriminación positiva” (como perversa y eufemísticamente las llaman) supuestamente encaminadas a mimar, reconfortar y compensar a los más desfavorecidos (y saldar, dicen también, supuestas “deudas históricas”); así como las normas diversas de “rediseño e ingeniería social” encaminadas a implantar un nuevo modelo de relaciones interpersonales, y en suma un “nuevo hombre” y una “nueva sociedad”, al final solamente acaban ocasionando una mayor degradación moral.

Las diversas proclamas de libertad a las que esta pandilla acostumbran a apelar para argumentar en sus enésimas normas, se convierte de facto en una burla, pues siempre van acompañadas de peticiones de renuncia a las cosas que generalmente hacen la vida agradable a la gente, en este mundo que nos ha tocado vivir…

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